Dicen que hay que estar un poco loco para enamorarse y que hay que estar muy loco para enamorarse de nuevo. Yo no lo llamo locura, yo lo llamo vivir. Muy pronto, muy arriesgado, muy loco, poco inteligente, poco oportuno, muy rápido. No sé. Nadie sabe desde cuándo el alma está en duelo y hace cuánto el funeral terminó. Nadie define realmente el tiempo correcto y es que uno no programa enamorarse, uno no escoge el momento, el momento lo escoge a uno y ese momento no sabe de tiempos, si es muy tarde o muy pronto, sólo se siente oportuno. Y entonces, hay que dejarse llevar, hay que darse la oportunidad, hay que enamorarse.
Entonces sí, me di la oportunidad, decidí arriesgar, decidí confiar, entendí que este corazón ya no tenía heridas, sino cicatrices y que merecía, yo misma, darme esa oportunidad. Porque de nada vale ser cobarde, porque si finalmente las cosas no salen como lo esperaba, habré vivido, habré querido, habré confirmado que el amor bonito sí existe y estaré aún más fuerte para lo que venga. Porque cuando te cruzas con alguien que vale no la pena, sino la felicidad no puedes ser tan tonto para negarte la posibilidad de enamorarte de nuevo, porque cuando ves a alguien por primera vez y el tiempo se detiene por 2 segundos sabes que acaba de aparecer en tu vida alguien sumamente especial. Porque vale más tener cicatrices por valiente que la piel intacta por cobarde.
No sólo se trata de la posibilidad de querer, sino de la posibilidad de demostrarnos que si antes las cosas no funcionaron no quiere decir que estemos negados para sostener una relación, es demostrarnos que podemos ser mejores, que hemos tenido la capacidad de aprender a no cometer los mismos errores, que el amor bonito nos puede convertir en mejores personas, porque no se trata de quien nos cambia, sino de quien nos mejora.
Y me volví a enamorar, quizás pronto, quizás arriesgado, quizás loco, quizás poco inteligente, quizás poco oportuno, quizás muy rápido pero soy feliz y disfruto estar aquí, de pie, sintiendo, riendo, queriendo y viviendo. Porque nadie mejor que uno mismo para saber cuándo se siente preparado para recibir de nuevo el amor y quizá uno sólo se da cuenta cuando el amor llega.