En algún momento de nuestras vidas, cuando tenemos nuestras murallas altas, cuando ya el dolor cesó, cuando estamos fríos por dentro y llenos de rencor, llega esa persona como un terremoto que comienza a hacer temblar nuestras murallas, haciendo nuevamente que nuestros miedos se levanten. Y como una ola de emociones comienza a arrastrar esos miedos, comienza a reemplazarlos por dudas, de muchos quizás, y muchísimos peros…
Pero como esa persona no busca rendirse comienza a encender su fuego para quemar nuestro frío, nos comienza a llenar de cálidos abrazos, e hirvientes besos que lentamente nos hacen olvidar el pasado, y comenzamos a escribir una nueva historia llena de sonrisas, llena de alegrías, una historia con algunos momentos de histeria en los que pensamos qué pasaría si esa persona se fuera, y llena de noches en las que sólo queremos estar entre sus brazos y que jamás nos deje ir…
Esa persona tan perfecta y tan defectuosa a la misma vez que a veces no sabemos cómo manejarla, y muchas otras veces con un simple beso y una sonrisa podemos calmar sus demonios. Una persona llena de cicatrices claro está, con un pasado doloroso, con sus propios miedos, y sus propios demonios pidiendo a gritos salir e invadir su mente y su corazón de dudas… Pero así como esa persona calma nuestros propios miedos, nuestras sombras, y nuestras inseguridades, nosotras también somos capaces de calmar las suyas… De llenarlo de paz, y cesar sus temores… cuando esa persona llega, es que comenzamos a comprender por qué nunca funcionó, e incluso damos gracias por los dolores y cicatrices del pasado, por que sin esas experiencias, sin tantas lagrimas, quizás no sabríamos apreciar lo que vale esa persona y más aún entender lo que valemos nosotros para así darnos cuenta cuánto nos valora realmente esa persona.