Me da un poco de miedo que se me pegue lo triste. Lo triste del tiempo. Del espacio. Lo triste de la vida. Miedo que se me pegue eso de salir corriendo sin mirar atrás. Y está bien. Menos mal. Menos mal que siento. Menos mal que sufro. Que lloro. Que río y que sueño. Que triunfo. Que fracaso. Que suspiro. Esto que pasa acá adentro es un desierto con agua.
Y está bien. Menos mal. “Para mí relacionar el amor con el corazón es muy comercial. Cuando me enamoro siento cosas en la panza, en el estómago, no en el corazón”, me dijo. Y a partir de ese día nunca se me fueron las ganas de que le pasen cosas cuando me ve. Cuando me siente. Cuando me habla. Cuando me mira de frente a los ojos y mi alma se retuerce por dentro. Su corazón está dentro de mi cabeza. Y su estómago también.
No me había enamorado así. Tan fiel a los sentimientos. A los te quiero, a los te amo, a los yo también. Y no quisiera a estas alturas asustarlo, pero lo blando ya venció a lo más duro. Mi psicóloga dice que pasa porque nunca pude ver a un hombre a la misma altura que yo. Eran dioses o diablos. Estaban muy arriba o muy abajo. Nunca se trató de compartir un mundo. Crear momentos que sean nuevos comienzos. Sentir la dulzura de la compañía. Nunca se trató de amar a un muso que sea la inspiración a la vida. Que empuje. Que levante. Que descontracture. Que busque para encontrar. Que tome mi mano sin que yo se lo pida. Que amanse la fiera que llevo adentro.
Lo cierto es que me encantaría tener una clave para abrir a las personas. Sólo le diría “toma, te dejo todo esto acá”. Cosas que no me animo a decirle. Que lo quiero. Que lo amo. Que lo necesito. Que me agarre de la cintura fuerte, muy fuerte. Que me dé un beso. Una excusa. Un motivo. Que me siga llenando de momentos reales y sencillos. Que sigamos andando. Juntos. Porque ya sé que juntos es mejor. Que me salve de la armonía. Que me mire feliz y también triste. Que se coma mis miedos. Que lo más largo y lo más tierno ya se queda corto. Que quiero besarlo más de lo que besa un beso. Que me visto para ser desvestida. Que deseo cada mañana que lo haga. Que no se duerma tan pronto. Que no deje de hacer preguntas. Que nunca diga adiós.
Es que no tengo plan B.