Siempre supe que mi vida dependería de alguien más. Siempre fue así, pero nunca quise, ni pude aceptarlo. Supe que nunca estaría completa sin ese alguien. Siempre tuve mucho miedo. Nunca he querido morir sola, ni envejecer sin compañía. No quiero que me entierren sola. Me da pánico sentir que viviré el resto de mi vida en soledad, y por eso siempre tuve la necesidad de aferrarme a alguien para que fuere mi motor, mi polo a tierra, mi epicentro.
Cuando finalmente lo entendí, lo acepté. Me di cuenta de que ese alguien del que siempre dependería no estaba afuera, no estaba en el exterior, en alguien más. Estaba muy escondido dentro de mí. Ese alguien es esa otra yo que sigue adelante a pesar de los miedos, que es valiente y hace que esta yo temerosa se arriesgue, esa otra yo que la fragilidad no la derrumba tan fácil, sino que, por el contrario, se apoya en ella para toma impulso y saltar tan alto y tan lejos como pueda. Esa otra yo que es fuerte, que se cae pero sabe cómo levantarse, que no se rinde a la primera, que llora pero seca sus lágrimas, limpia sus ojos y ve todo de nuevo con otra perspectiva.
Siempre lo supe, mi vida dependería de alguien más. Así fue siempre, así es ahora y así será por toda la eternidad. Sigo sin querer envejecer sola, sin nadie a mi lado, pero ahora sé que ese otro alguien, ese que está dentro de mí, nunca me fallará, envejecerá conmigo y estará a mi lado siempre. Hasta el final.
Ese alguien soy yo misma.