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Adoptaron a un bebé y a los 7 años enfermó grave. El único que podía ayudar era su papá biológico…

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Una pareja tenía un grave problema: su hijo estaba muriendo debido a una terrible enfermedad. El niño era adoptado y lo único que podía salvarlo era la ayuda del padre biológico. Conseguir que el hombre acudiera al hospital para cooperar fue bastante difícil. El padre adoptivo de Daniel, como se llama el pequeño, tuvo que viajar para encontrarlo. Aquí el cuenta cómo fue su experiencia:

“Ana no podía tener hijos, así que decidimos adoptar a un chico. Terminó siendo una bendición; obtuvimos a Daniel, nuestro amor más grande. Él ya tiene 16 años y hace tiempo pasó por una experiencia límite. Una rara enfermedad hizo necesario que encontráramos al padre biológico, lo cual no fue nada fácil. Daniel fue dado en adopción luego de haber sido abandonado por su familia. El padre era alcohólico y la madre se iba del hogar sin aviso cada cierto tiempo. Cuando llegó a nuestros brazos -tenía 2 años- era un chico asustadizo que lo único que necesitaba era cariño.

Nosotros le dimos todo. Lo recibimos y fuimos una familia de tres personas muy felices. Hoy lo seguimos siendo, a pesar de las dificultades. Su enfermedad comenzó a manifestarse a la edad de 4 años. Ésta fue haciéndose más grave y a los 7 necesitaba con urgencia un transplante. Encontrar al padre fue casi imposible. Había sido encarcelado por 2 años, después de eso no se tenía registro de su paradero. Gracias a una amiga de Ana que trabaja en el servicio público, pudimos rastrearlo. Su nombre es Pablo, y cuando lo quisimos contactar vivía en un pueblo pequeño al sur de Chile.

Yo no lo pensé más y con su dirección en un papel, partí en coche decidido a encontrarlo. Me alojé en un hostal y pregunté en el municipio. Recorrí los restaurantes de trabajadores, las construcciones (me habían dicho que era obrero) y los lugares donde se hacía la vida común.

Lo encontré un día viernes, a la salida de un bar, estaba solo y cambiaba un corcho de botella de una mano a otra. Me acerqué a él y le dije las cosas tal como eran: necesitaba su ayuda para salvar a nuestro hijo. Pablo retrocedió al instante. No sabía de lo que le estaba hablando. Le dije que si me daba tiempo para explicarle, podía hacerlo. Por su mirada pude darme cuenta de que después de unos segundos, comprendió la situación; sin embargo, eso lo hizo salir corriendo y perderse de vista.

Tras haber tenido ese primer encuentro, no lo volví a encontrar. La situación era dramática. Ana me llamaba todos los días, Daniel sufría y quedaba poco tiempo evitar un daño irreversible. Me sentía inútil dando vueltas por el pueblo, los lugareños ya me consideraban loco por preguntar todos los días lo mismo.

Como ya no tenía dónde más ir ni buscar, decidí quedarme en la plaza principal hasta el otro día, cuando me tocaba volver. Sabía que si no iba a encontrar la cura, lo mejor era que volviera a estar con mi pequeño. Me senté en un banco viejo, detrás mío estaba el árbol más antiguo de todo el poblado. Me entristeció pensar que perdería la esperanza bajo la sombra de una planta que ha vivido cientos de años. Mi pequeño sólo tenía 7 y la vitalidad había abandonado su cuerpo. Me apoyé en su tronco y estuve así hasta el atardecer, cuando una voz llamó mi atención.

Era Pablo, empezó a hablar de inmediato. Me dijo que sabía a qué me refería aquella vez en el bar, pero que no pudo seguir hablando por la vergüenza que sentía. Lo que más lo mortificaba había sido ese pasado. El maltrato, la irresponsabilidad y el haberse rendido ante los problemas. Le dije que no me importaba nada de eso, tenía que serle franco: sólo me importaba salvar a Daniel y necesitaba que me acompañara lo antes posible. En ese momento, él miró hacia abajo; me di cuenta de lo duro que era para él. Después de todo, tendría que volver a sufrir cosas que pensaba haber dejado atrás.

Hicimos el viaje juntos. No nos dijimos palabra. Ni siquiera puse radio, sólo el viento hacía su sonido en el centímetro por el que lograba pasar entre las ventanillas. Llegamos directo al hospital y Ana estaba esperando. No fue planeado que Pablo y Daniel se encontraran. Mi chico no sabía quién era el hombre de ropa gastada que entraba conmigo, pero se sorprendió cuando éste comenzó a llorar y a cubrirse la cara con las manos. Yo conduje a Pablo hasta el área que correspondía y luego todo siguió su debido proceso.

En la actualidad, Daniel está sano y juega videojuegos como un adolescente normal. A veces se acuerda de Pablo y de ese día en el hospital. Nosotros no le contamos la verdad, creemos que no está preparado. Le inventamos que ese hombre era un hermano mío, que vive en el extranjero y que viajó a Chile para conocerlo cuando estaba grave. Según la versión, volvió a su país y nadie sabe qué fue de él. Lo único que tenía para mostrarle, era la fotografía de cédula de identidad que había podido ubicar en los registros. Esa se la regalé a Daniel la última vez que me preguntó por él. Tal vez algún día le contemos la historia real. Va a ser un bonito regalo o una amarga sorpresa. Ojalá sea lo primero”.

¿Qué te pareció la historia? ¿Crees que los padres deberían contarle al niño lo que en realidad ocurrió?


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