Esta es una carta dedicada a mi padre que falleció hace algunos años. Yo tengo cáncer en un estado avanzado. Dedico mis días a escribir y ser feliz porque no sé cuándo sea la hora de partir. Me gusta pensar en que los milagros llegan como lluvia tardía en tierra seca. Vivo mis días como cualquier persona, no me detengo por esta enfermedad y me gustaría que aquellos que pasan por lo mismo pudieran ver que hay que vivir el hoy y no centrarse en el mañana.
Siempre hay un mañana mientras podamos respirar.
Papá: Lamento decirte que la vida no me resultó como tú la soñaste para mí. Mi tiempo se ha congelado repentinamente y vivo dependiendo de medicamentos.
Pero, esto tú ya lo debes de saber, desde arriba nada se oculta a tus ojos, ¿verdad? Sé que no puedes hacer nada. No te preocupes. Pero también tengo que decirte que las noches en esa mecedora cuando me enseñabas a observar las estrellas, esas noches no fueron en vano.
Aprendí a ver el sol a pesar de las nubes cargadas de lluvia. Aprendí a sonreír cuando el dolor me deja en el suelo y el miedo me tumba sobre mi cama.
Aprendí que aunque el amor hiere algunas veces, es lo que hace al mundo girar. Aprendí a vivir sin prisa, a caminar lento y observar cómo cambian las estaciones del año.
Me enseñaste a sobrevivir en este futuro, el mío, aunque sin ti, pero acompañada de tu esencia.
Querido papá, me esperarás al final del camino, eso lo sé.
Mi mundo no es como lo soñaste pero me ayudaste a convertirlo en esperanza.