La distancia es coleccionar, es aferrarse a un libro, a un sabor, a un recuerdo. La distancia es sentir un día de lluvia, un día de sol, uno de lluvia y de sol a la vez y disfrutarlo al máximo porque aprendes a valorar cada instante por más pequeño que parezca. La distancia es creer en las casualidades, es encontrarse con un amigo que no habías visto en años, abrazarlo como si no hubiese mañana y sonreír como si fuese la primera vez. Recordar una y otra vez los buenos momentos, hacer uno más y guardarlo.
La distancia es aprender amargamente de los errores, aceptar una derrota y apreciar una victoria, porque cuando la distancia te alcanza eres singular y plural, eres soledad y a la vez eres tu propio mundo. La distancia es empezar a ver con tus propios ojos aquellas realidades que para ti no existían. Comprender que en el mundo hay buenas y malas personas pero solo tú decides quién quieres ser.
La distancia es pasar noches enteras de insomnio, tan sólo recostada en tu cama y cuando por fin el sueño te alcanza, lo hacen también los recuerdos. Te despiertas pensando que estás en casa, escuchas un sonido que crees familiar, tal vez tu hermana con alguna de sus bromas de madrugada, o tus padres preparando el desayuno, entonces aprendes que aunque estés ausente eres inmarcesible.
La distancia es querer y no poder. Querer estar con la madre enferma, con el padre cansado que te cantaba cada noche, con el hermano que se encuentra en otra ciudad, con la abuela fallecida, con los amigos de toda la vida. Querer y no poder porque ahora mismo estás cumpliendo tus sueños, y no te queda más que reconciliarte contigo misma.
La distancia es llorar cada domingo porque llegaste a la conclusión de que existe algo más grande que tú, más grande que todos, que te brinda cada día sabiduría para superar la vida.
Y probablemente al final te des cuenta de que la distancia es tan sólo distancia, pero una distancia que necesita de valentía.