Cuando tienes una amistad que ha durado por años, y ha sobrevivido hasta a las peores cosas, empiezas a entender que es el tipo de amistad que vale la pena y que es la mejor que podrías tener. Y así es como lo he entendido yo durante todo este tiempo.
Estuviste conmigo en las buenas y en las malas. Creíste en mí cuando ya ni siquiera yo misma lo hacía. Tuviste el coraje de decirme las cosas de frente, aunque fuesen duras, pues sabías que era necesario mostrarme la verdad y hacerme reaccionar.
Eres, sin duda, la mejor amiga que he tenido. Has sido incondicional y jamás me has rechazado o negado tu amistad, ni aunque los días hayan pasado y no pudiésemos habernos visto con la misma frecuencia de antes. Ni aún cuando ni yo misma me soportaba.
Has estado ahí siempre. Conoces lo que me gusta y lo que no. Sabes cuáles son mis sueños y mis metas, aunque también has sido testigo de mis derrotas y mis errores, ante los que has sido la primera en apoyarme y ayudarme a salir adelante. Jamás me has mentido, de hecho, admiro esa completa sinceridad que es tan característica en ti, además de esa lealtad incondicional que me hace creer firmemente que jamás tendré una amiga que sea mejor que tú. Jamás.
Podría escribir una lista enorme describiendo todo lo que has significado en mi vida, aunque sé que me quedaría corta. Admiro esa fuerza con la que llevas tu vida. Esa entereza que te hace no derrumbarte ante nada. Y esa lealtad infinita que siempre te mantiene ahí, al lado de los que más quieres.
Gracias por haberme escuchado y por seguir oyendo todo lo que tengo para contarte. Gracias por confiar en mí y por considerarme siempre, en cada etapa de tu vida. Tal como si fuésemos hermanas. Pues, para mí, eres la hermana que elegí.
Gracias por jamás negarme un consejo, aún sabiendo que quizá no lo siga. Gracias por preocuparte por mí y por hacer que esta amistad dure tanto, pues así es como me doy cuenta de que, realmente, eres la mejor amiga que he tenido.
Y la que siempre tendré.