Procura, a pesar de no pensar como él, ser capaz de aceptar sus ideas y poder vivir con ellas. Óyelas y no tengas miedo de discreparle. No te tapes los oídos y no dejes de ver, no querer hacerlo es sólo no querer conocer más de él. Procura que sea de alguien que te guste hasta en sus defectos, porque si tú no consigues amarlo con ellos, alguien más sí lo podría hacer. No es justo que se reinvente por ti.
Procura, como mínimo, poder lidiar con su forma de sentir; procura no desear que sea más como “tal” y menos como él es. Enamórate del contenido de sus respuestas y su modo de responder –tal vez cortante, tal vez extenso y lleno de pasión–, y de su modo de discutir: de brazos cruzados y de sus miradas largas y tensas, quizá. No desees que sea lo que no es.
Trata de disfrutar el lugar que ha decidido tomar en el mundo, y en tu mundo. Una primera señal para conocer a alguien, para saber cómo es, es mirar lo que hace y cómo lo hace, eso es suficiente para empezar a querer. Sin darse cuenta podría conquistarte sólo por hacer lo que lo hace feliz.
Trata de que aunque no tengan el mismo norte, consigas seguirle la corriente e imaginarte a su lado, e imaginártelo a él acompañándote a ti, sin competir.
La próxima vez que te enamores hazlo con el corazón despejado, no porque necesites compañía o te quieras sacar un clavo, sino porque ya es momento de amar. Pon en práctica las lecciones que te dejaron tus relaciones anteriores. Mete la pata, pero de otro modo, no busques reincidir.
La próxima vez que te enamores no empieces a hacerlo sin sentir y creer que esa podría ser la última vez.