La vida da muchas vueltas. De un golpe duro se puede sacar una lección importante, pero a veces es necesario que vivir muchas cosas antes de darnos cuenta. La siguiente historia habla de carreteras y de crímenes. Y como nuestras propias experiencias pueden servirnos en el momento menos pensado.
Llevaba varias horas haciendo autoestop y ningún vehículo quería llevarme. Iba hacia el norte y ya era de noche, pero no estaba enojado. Nunca me molestó que no me pararan los autos. Si algunos quieren llevarte, genial, si otros prefieren no hacerlo, también está bien, no tienen ninguna obligación y sus razones tendrán. Mi filosofía de vida era no juzgar a nadie. Es el tipo de cosas que uno aprende cuando lleva años viviendo una vida como la mía, en donde la ayuda entre personas, que a veces ni siquiera se conocen, es fundamental.
Creo que tengo que explicar un poco sobre mi “estilo vida”. Hace unos 6 años yo vivía la vida como cualquiera. Tenía una esposa y una hija maravillosa y vivíamos en una linda casa con nuestro perro “Julio”. Trabajaba como médico en el hospital y tenía muchos planes a futuro, pero un día todo cambió: perdí a mi esposa y a mi hija y todo perdió el sentido para mi.
Dejé de ir al hospital y un día tomé un bolso, metí un poco de ropa, comida, un par de libros y me fui a la carretera, sin rumbo fijo. Conocí muchos pueblos y muchas caminos. Dormí en moteles, en casas de gente que me ayudaba, y en la misma calle. Comí lo que llegaba a mis manos por obra de la naturaleza o la amabilidad de la gente, hasta que conocí a Mary.
Como dije, llevaba varias horas haciendo autoestop sin que nadie me llevara hasta que pasó su camioneta Toyota.
Estaba fumando con las ventanas cerradas, y lo primero que me dijo, incluso antes de preguntarme a dónde iba, era que ella no acostumbraba a llevar personas, pero que necesitaba distraer la mente. Yo le dije que no era precisamente la persona más entretenida del mundo. “No es diversión lo que necesito”, me dijo muy seria.
Mary es así: seria, estricta y dominante. Mientras avanzamos por la carretera, y sin que yo se lo preguntase, me contó qué era eso que la tenía aproblemada y por lo que necesitaba distraerse. “Soy detective de la policía”, me dijo. “Me lo imaginé por tu forma de conducir y vi que llevabas una placa en cintunrón”, le dije mirando hacia el frente. “Qué observador” dijo ella con tono asombrado y burlón.
Llevaba un par de semanas intentando resolver el homicidio de una niña de 8 años en un pueblo cercano. Habían encontrado el cuerpo de la niña en el bosque, con una corona de flores y un ramo en la mano.
“¿Qué flores?” le pregunté yo.
“Narcisos” respondió.
“Los narcisos simboliza el amor no correspondido. Un narciso sólo predice una desgracia, mientras que un ramo de narcisos indican la felicidad se superar un obstáculo.”
“¿Cómo sabes eso?” dijo ella asombrada, esta vez no estaba fingiendo.
“No sé, supongo que alguien que me llevó en su auto me lo contó”.
“¿Cuánto llevas haciéndolo?”
“Tres años”.
Me siguió contando sobre el caso, y yo le preguntaba por los detalles y ella afirmaba con la cabeza cuando lo daba alguna información. Cuando ya llevamos como tres horas conversando, dijo “A todo eso, ¿Dónde vas? ¿Dónde te sirve que te deje?. Le respondí que a dónde ella pudiera; no tenía destino. “Si es así, acompáñame al pueblo donde ocurrió el homicidio, si me has ayudado tanto en este rato, me imagino que puedes hacer mucho más estando allá. Los padres están devastado y me siento con la necesidad de encontrar al asesino”
Yo dudé, pero me removió pensar en esos padres y su dolor, un dolor que yo también había sentido de cerca.
“Bueno”, le dije. “Pero lo primero que vamos a hacer es ver el cuerpo de la niña”.
¿Tienes algo en mente? Le conté que era médico y que tal vez podría hacerme una idea de todo analizando las heridas.
A la niña la habían asfixiado ahorcándola por el cuello. Pero tras analizar el cuerpo durante tres días, descubrí que tenía un tumor en el cerebro desde hace mucho. Se lo dije a Mary.
“¿Pero por qué la mataría?”, dijo ella.
“Quizás querían ahorrarle el dolor del tumor…”
“¿Asfixiándola? ¿Quien podría hacer algo así?”
“No sé, pero el que lo hizo la conocía de cerca. ¿Los padres nunca te contaron?”
“No, nada”
“Tengo una idea”, dije y a las pocas horas la pusimos en práctica. Nos entrevistamos por separados con el padre y la madre, y les hablamos sobre el tumor. La madre le dijo a Mary que su esposo era quien llevaba a la pequeña al médico. Cuando yo le conté al padre, él me dijo, “quizás eso haya sido lo único bueno de su muerte, al menos no sufrió el padecimiento…”. Supe que él había sido, y comencé a llevar la conversación hacia una confesión. Si algo había aprendido durante todo el tiempo en la carretera era cómo hablar con la gente y lograr su confianza. Le conté mi propia historia: cómo después de que muriera mi esposa y mi hija pensé incluso en suicidarme, pero que no tuve el valor de hacerlo. El se quebró y me dijo que era muy difícil reunir valor para hacer cosas como esa. ¿Por qué lo dices? ¿A ti también te costó reunirlo? Llevábamos varias horas hablando. Me miró desconcertado y antes de que pudiera responderme, Mary entró a la sala y tiró los registros médicos de la niña en la mesa. ¿Por qué le ocultó la enfermedad de su hija a su esposa y nosotros? dijo Mary con una voz triunfal.
Al final, el hombre confesó. Dijo que el médico había dicho que se trataba de un tumor muy extraño y que era casi imposible una cura, que había visto a su hermana morir por lo mismo y que no iba a dejar que su hija sufriera.
¿Por qué ahorcarla de manera tan cruel?, preguntó Mary.
“No sé, Supongo que no podría haberle clavado un cuchillo mientras le hacía cariño. Para hacer algo como eso tuve que llenar mi corazón de ira, maldad y mis manos de violencia”.
El hombre se fue a la cárcel y su esposa quedó devastada.
Desde entonces que dejé las carreteras para acompañar a Mary en sus casos. Viéndolo con distancia, supongo que lo que de verdad estaba buscando era escapar. Que me recogiera esa noche cambió mi vida para siempre.