Era chica, unas compañeras de colegio me habían hecho una maldad, el tan conocido “bullying”, si le queremos poner un nombre. Llegué a casa destrozada, llorando al punto de la deshidratación, mientras le contaba a mi mamá lo que había pasado y expresaba un sinfín de venganzas a ejecutar que combinaban métodos de la era medieval, la inquisición y una pizca de tortura china.
Ya cuando me vio que no me costaba tanto respirar después del (ahora que lo rememoro innecesario) llanto, se sentó al lado de mi cama y me dijo: “yo sé que en este momento estás enojada, y es desde ese lugar desde donde estás hablando, pero con esas personas es con quien mas amabilidad tienes que tener”. ¿QUEEEE? ¿Escuché bien? ¿Qué me está pidiendo? ¿Amable? Yo decía que estaba loca pero definitivamente ahora se le terminó de zafar un tornillo, pensé en ese momento (plena adolescencia, claramente). Pero después siguió: “tú nunca vas a conocer el contexto completo de cada persona, sus vivencias, ni qué las condiciono para que sean de una forma u otra. Pero de algo estoy segura, y es que no debe de haber sido algo bueno. No dejes que eso te contamine a ti también, que eso cambie tu esencia o que en algún momento te defina. Siendo consciente de que algo malo les debe haber pasado, ayúdalos. Déjales ver que el daño no se repara con más daño, y que la maldad no siempre logra contaminar. Perdona, sin olvidar lo que te hicieron, ya la segunda vez no vas a poder decir que te tomaron por sorpresa. Pero no odies, ni guardes rencor, ni te detengas demasiado en eso. Porque hay demasiadas cosas más bellas en esta vida como para que aquello consuma tu cabecita. Cuando pase el tiempo, y ambas partes recuerden lo que pasó, yo creo que siguiendo este consejo, vas a sentirte bien, libre de cualquier tipo de culpa y en paz contigo misma. Y del otro lado, probablemente aprendan una lección, o tal vez no, pero al menos no vas a haber dejado que eso te modifique para mal”.
Hoy, ya crecida, sigo haciendo uso y abuso de ese consejo. Alguna que otra vez me pregunto qué hubiera pasado si todas aquellas veces donde me sentí traicionada o dolida hubiera devuelto al menos un 10%. Pero no, prefiero que no haya sido asi. Algunos dirán que soy una idiota, se van a preguntar si estoy ciega, o si acaso todavía no me entero de alguna que otra cosa. Pero como bien me dijo mi madre en su momento: yo me siento bien, libre de cualquier culpa, en paz conmigo misma, y no dejé que nada de eso me modifique para mal, porque yo elijo que no sea lo que me defina.