Te escribo desde el lindo escritorio que alguna vez fue tuyo, ese en el que pasabas horas tratando de resolver los problemas de matemáticas o escribiendo cartas para tus amigos. Tengo cientos de cosas que me gustaría decirte para que no volvamos a caer en los mismos errores, pero sé que de ellos hemos aprendido y quiero que sigas creciendo. Me gustaría que en este momento una sonrisa ingenua iluminara tu rostro y pequeños recuerdos rondaran por tu mente.
La verdad es que no te imagino, por más que trato de hacerlo, me pregunto cómo te habrán tratado los años y si aún queda algo de mí en ti. Pero en fin, cuéntame si sigues buscando a esa persona o la has encontrado ya. Dime qué ha sido de nuestros amigos y si has terminado la universidad.
Háblame del mundo que me espera, de los que se han ido y de los que están por llegar. Dime quién se fue cuando te hizo falta y quién estuvo ahí en los malos momentos. Dime quién sí y quién no, incluso dime quién nunca más.
Cuéntame si sigues siendo la misma chica estereotipada o al fin te has aceptado con todos tus defectos. Por favor, sigue haciendo lo que te hace feliz, ámate porque nadie te amará tanto como a ti misma, y por lo que más quieras, no pierdas en el camino lo que somos.
Trázate nuevas metas y alcánzalas con más de lo que esperabas.
Me gustaría pensar que a estas alturas hemos cumplido todo lo que un día nos propusimos y que todo ha ido de maravilla. Y como punto final, te pido que jamás olvides de dónde venimos, pero tampoco hacia dónde vamos.