Tenemos la tendencia de juzgar siempre lo que vemos. No importa si es un detalle, inevitablemente expresamos nuestra opinión. A veces eso nos hace caer en errores y sólo cuando nos damos cuenta de la equivocación entendemos que esa actitud estuvo mal. Controlar nuestros impulsos de poner todo bajo categorías es bastante difícil, pero es posible hacerlo si es que experimentamos algo que de verdad nos haga sentido. La historia a continuación trata sobre eso:
Una mujer solía desayunar con su marido en la cocina. De pronto una pareja se mudó al vecindario, justo al frente de la casa del matrimonio. Una mañana, mientras estaban en la mesa, la mujer vio a la vecina colgando la ropa recién lavada en un alambre.

Comentó: “¡La ropa no está nada de limpia! Ella no sabe lavar de forma adecuada. Quizás necesite un mejor jabón”.

Su marido continuó leyendo el periódico en silencio.
Pasaron las semanas y la mujer hacía el mismo comentario cada vez que la veía colgar la ropa y las sábanas.

Un mes después, la mujer se sorprendió al ver que la vecina había colgado ropa que se veía limpia.
“Mira, al fin aprendió a lavar correctamente. ¿Quién le habrá enseñado?”, le dijo a su marido.

Al instante el esposo le contesto: “Me levanté temprano hoy y limpié nuestras ventanas”.

A veces hay que examinarse uno mismo antes de juzgar a otros. La mujer de la historia aprendió una valiosa lección. A cualquiera podría pasarle.
¿Qué piensas de esto?